La fiesta de Navidad es muy hermosa y muy misteriosa, porque es la Palabras que se hace carne.
Y si lo que viene es la Palabra, la primera exigencia para recibirla es: el silencio.
Coincide con el fin de año laboral, examenes, calor y hasta los preparativos de la Navidad, nos angustian, nos cansan y el ruido nos envuelve. Y si bien la Navidad es una fiesta de familia, organizamos todos los detalles, comidas, regalos y nos olvidamos de la fiesta interior.
Adviento es el tiempo en el que el Señor nos invita a silenciar el corazón.
Y para que haya silencio , es necesario apagar los ruidos... pero del Corazón!
Los ruidos de la vanidad.
Los ruidos de la competencia.
Los ruidos del inconformismos,de protestas y quejas.Y no es una mudez enojada, como cuando nos enojamos y no hablamos. Estamos gritando mudamente.
Y hoy ,las palabras tendrían que ser vínculo constante entre jóvenes y padres, que muchas veces no escuchan. Y por eso gritan la violencia, los exceso y el descontrol. Porque los adultos estamos ocupados y apurados.
No habría tantos problemas de parejas si los esposos se concedieran mutuamente la palabra. Sin estar relojeando o mirando el celular.Diálogo.
A veces escuchamos:" por qué no me dijiste?- porque no me escuchaste, responderán duramente, porque siempre estás apurado, siempre hay algo urgente...
Aspiremos a un silencio fecundo, que acoja la Palabra y en el que se gesten nuestras palabras.
Revisemos nuestra vida, y veremos que las palabras más acertadas, son las que nos dicen aquella personas más silenciosas, las que dicen lo justo y necesario.
En Navidad nos visita la Palabra. Hagamos silencio, permitámosle que penetre y sea fecunda,porque el Señor nos habla en susurros, nos habla a través de simples gestos, de simples momentos,y solo los veremos con un corazón aquietado y en silencio.
Si nuestro corazón está ocupado, lleno, no habrá lugar en él, para que nazca el Niño Jesús.
P.Angel Rossi S.J
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