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domingo, 17 de octubre de 2010

una lección de fe


Quizá lo que ocurrió en el desierto chileno no fue un milagro, sino una parábola.Uno de esos deslumbrantes cuentos que usaba Jesús para enseñar algo a los discípulos.

Si, es muy probable que millones de personas hayamos asistido a una narración inolvidable sobre el valor de cada vida humana;que ante nuestros ojos perplejos se haya desplegado una clase magistral de solidaridad; que Dios haya querido sacudirnos y despertarnos. Quizás en un mundo en el que importa más el oro que quien desciende a buscarlo, con esta parábola el Creador quiso poner ante nuestras narices lo que valen para Él esas 33 personas que hasta hace poco no valían nada para nosotros.

Qué haríamos en una situación así? Es entonces cuando entra en escena la oración, esa actividad tan natural y tan antigua como la historia del ser humano. En la situación límite elevamos nuestro corazón a Dios y con las palabras que sean, como nos salga, empezamos a rezar.¿Una forma ilusoria de escapar de la realidad?¿Una reacción primitiva y de gente ignorante?¿No será acaso lo contrario?¿No será el momento en que se descubre lo que somos, seres frágiles a quienes solo la fe puede mantener en pie?

"Bienaventurados los pobres" dice Jesús.
El pobre es el que no tiene,el que solamente es.¿Cuándo somos así?
Las situaciones concretas son tan variadas como la vida misma; puede tratarse de alguien que no tiene nada para comer, o de un hombre rico a quien se le está muriendo un hijo; o puede ser un niño abandonado en la calle o una joven leyendo el resultado aterrador de una biopsia. En esos momentos solamente somos y solo podemos encontrar una respuesta en Aquel que quiso que existiéramos. Una cierta voz clama en nuestros corazones diciendo que si respiramos es porque somos valiosos a los ojos de quien nos da el aliento.

Por eso miramos hacia quien nos puso en la vida sin consultarnos y queremos que nos muestre el sentido de lo que hizo.

La Pascua es el paso de la muerte a la vida. Para los cristianos es la Resurrección de Jesús.; para los judíos la salida de Egipto.

Imprevistamente, mientras estábamos distraídos en otra cosa, la tecnología de las comunicaciones depositó en nuestras casas una Pascua:la pascua de los mineros.

El paso de la muerte a la vida de hombres con los que nadie contaba y que irrumpieron en nuestras ocupaciones cotidianas con su infortunio transformado en oración.

Esta vez, ellos fueron el elemento precioso que se extrajo de la mina, se convirtieron en aquello que bajaron a buscar. Y el desierto fue la tierra prometida.


Jorge Oesterheld
vocero de la Conferencia
Episcopal Argentina