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domingo, 10 de agosto de 2008

Consejos de belleza


Cuántas mujeres( y hombres) se preocupan por su belleza! No está mal, pero la obsesión es anormal.

La mayoría se equivoca sobre la naturaleza de los cuidados del cuerpo. Todos los esfuerzos externos para rectificar, aumentar la armonía y la gracia del cuerpo, y del rostro, en especial, solo ofrecen un resultado limitado.

La auténtica belleza proviene del interior, nace del espíritu.

Si quieres ser bella hay que buscar tratamientos de belleza más eficaces.


-Es bueno tener lindos platos, pero de qué sirven si están vacíos?

-Es bueno tener un hermoso marco,pero de qué sirve si falta la tela?

-Es bueno adornar la sala con una araña magnífica, pero de qué sirve si no hay luz?

Si Dios te dió un cuerpo armonioso, un rostro bello, agradécelo, pero de qué sirve un cuerpo sin espíritu?

Tu cuerpo es tu casa. Eres responsable de él ante Dios. No te conformes con revocarle el frente, cuida también el interior, pués la mirada del Señor( y la de las personas que te rodean) penetran más allá de las fachadas.

La belleza del cuerpo es un camino que lleva a la belleza del alma y por la belleza del alma se llega a Dios. Cuanto más bonito es el camino, más poderosa es la tentación de sentarse para gozar del paisaje y olvidar el objetivo del viaje.

La frescura de un niño siempre resulta hermosa,su belleza es simple, nueva, pura.
La belleza del anciano es impresionante y tranquilizadora, su paz refleja el camino recorrido.

Si cuidas solo la belleza corporal lograrás una belleza pasajera y vulnerable. Si embelleces tu alma lograrás reflejar en ese rostro y esa alma algo más; inmenso, eterno.

¿Cómo? Acercándote a Dios, escuchando a los demás, perdonando, ayudando, agradeciendo cada día por el nuevo sol, por la vida y por el amor que nos ha dado.

Una mirada limpia,una sonrisa afectuosa, un caminar sereno, reflejan un alma en paz.

Y esa paz del corazón se logra estando unido intimamente a Dios en las cosas de todos los días.

Para ser bella, detente:

un minuto ante el espejo,

cinco ante tu alma,

y quince ante Dios...